Digitalización y abogacía
Que vivimos en la era de la digitalización es algo que todos sabemos. O quizá no todos...
Resulta curioso como en una época en la que un elevado porcentaje de los clientes provienen de plataformas digitales (google, redes sociales, etc.,), un destacado sector de la abogacía todavía rehúye de conceptos como SEO, SEM, social selling, long tail, y otros tantos anglicismos que les suenan -y les quieren sonar- a chino. Hace relativamente poco leía que para el año 2025 se calcula que el 80% de las interacciones entre vendedor y comprador será digital.
Ahora bien, el propósito de este post no es conminar a aquellos que todavía no lo han hecho a digitalizarse, no. El propósito de este post es explicar precisamente lo que considero un beneficio de la digitalización del sector de la abogacía, que he decidido llamar "abogacía nómada o trashumante".
¿Qué es eso de la abogacía nómada o trashumante?
Hasta hace no mucho tiempo, la práctica inexistencia de redes sociales dificultaba sobremanera el desarrollo de la marca personal de los abogados más allá de la plaza en la que toreaban -que viene a significar la ciudad en la que mayormente ejercen-. Un abogado podía ser muy conocido en Barcelona pero totalmente desconocido en Bilbao, por ejemplo. La era digital ha cambiado ese paradigma. Hoy, un abogado penalista puede ser conocido en Barcelona, Bilbao, Málaga y Tombuctú. Pero esto no es lo importante. Lo importante no es el simple hecho de que pueda ser conocido, no. Lo importante es que también
puede ser contratado.
Las cosas siempre son más sencillas de entender con un ejemplo. Hace relativamente poco me contrató un cliente de Andalucía. Yo tengo despacho profesional en Barcelona y Terrassa (provincia de Barcelona). ¿Por qué un cliente de Andalucía decidió contratarme a mí y no a un abogado de su ciudad? Porque el cliente me seguía en Linkedin, había leído mi curriculum profesional y por mis interacciones en la referida red inspiré en él una confianza profesional que fue más que suficiente para que se decidiese a contratarme a mí. No olvidemos que el 90% de nuestra labor comercial es inspirar confianza al cliente. Y uno pensará: claro, pero los honorarios de quien viene de Barcelona a Andalucía no serán los mismos de quien se encuentra mucho más cerca. Sí y no.
Sí, porque evidentemente habrá unos gastos en los que no incurrirá el letrado que no debe desplazarse (dietas, alojamiento, desplazamiento, etc,.). Ahora bien, en mi caso, y a propósito de la cuestión, subyace una pregunta muy importante: ¿cuál es el precio de mi libertad? Cuando un cliente se enfrenta a la posible pérdida de su libertad no puede escatimar en gastos si siente una total confianza por quién va a tratar de evitar precisamente que pierda esa tan preciada libertad. Pero es que, además, en muchas ocasiones los honorarios son muy similares, siendo insignificante la diferencia dineraria entre uno y otro letrado.
No, porque la digitalización también ha llegado -aunque mucho menos de lo que nos gustaría- a los Juzgados. Resulta indiscutible que la situación generada por el COVID-19 obligó a diseñar un escenario judicial hasta la fecha totalmente estancado y reacio a una digitalización y modernización. Me explico. No es que jueces se mostrasen reacios a la digitalización de sus juzgados, no. Es que los jueces, al menos en el orden jurisdiccional penal, eran absolutamente reacios a que las partes intervinieran en el procedimiento -especialmente en la instrucción- de forma telemática. Es más, si se permitía era simplemente a través de oportuna videconferencia, que igualmente obligaba al letrado o las partes a desplazarse al Juzgado de su lugar de residencia para desde ahí realizar la videoconferencia. Sin embargo, como señalaba, la pandemia "obligó" a buscar métodos alternativos de conexión. Y es ahí donde aparecieron plataformas como Webex, que permitían al letrado participar en una declaración desde la comodidad de su propio despacho y sin necesidad de desplazarse a Juzgado alguno.
Por tanto, la proliferación del uso de plataformas como Webex -u otras homónimas- ha provocado una considerable disminución en los desplazamientos a realizar por el letrado. Así, por ejemplo, yo me suelo desplazar una sola vez con motivo de la declaración de mi cliente -bien sea investigado. bien sea víctima-, siendo que para la práctica de las restantes diligencias, solicito mi comparecencia por Webex, de tal suerte que suelen admitirla en la gran mayoría de ocasiones.
¿Y por qué es esto importante?
Porque ello contribuye a la disminución de mis honorarios, pues no facturaré lo mismo por desplazarme siete veces a A Coruña, por ejemplo, que si solamente lo haré en un par de ocasiones.
Y es por todo lo anterior por lo que, en mi opinión, la abogacía ha evolucionado de una abogacía sedentaria, que no salía de su provincia/comunidad autónoma, a una abogacía nómada o trashumante que suele desplazarse fuera de la misma llegando incluso, en algunas ocasiones, a asentarse durante tiempo determinado en diferentes localidades.
En mi caso, por ejemplo, son muchísimos los clientes que me conocen por redes sociales y deciden contratarme por la confianza que les inspiro, y ello con independencia de que la causa se encuentre en Albacete, Melilla o Madrid. Soy lo que yo definiría como un abogado nómada.
En el caso de algunos compañeros, como consecuencia de avatares diversos, han encontrado un nicho de negocio en otras localidades, de tal forma que finalmente han acabado abriendo una sede en esa localidad. Sin ir más lejos, recuerdo un antiguo colega que como consecuencia de un asunto que llevó en Ibiza porque la familia de su pareja era de allí, acabó abriendo una sede en Ibiza a la que acude tres días a la semana. Conozco de otros compañeros que hacen lo mismo en otras localidades. En cualquier caso, lo que les define y diferencia es que las localidades son fijas. Por eso, los defino como abogados trashumantes.
En definitiva, y a modo de conclusión, la digitalización de la abogacía es cada vez mayor, como también son mayores las oportunidades de negocio que se ofrecen. Por eso, y retomando mis palabras iniciales del post, cuando decía que la abogacía sigue siendo un sector algo reacio a la digitalización, concluiré con un refrán que define perfectamente lo que he explicado a lo largo de las anteriores líneas: no hay más ciego que el que no quiere ver.